Este árbol, capaz de devorar a un ser humano por completo, es el preferido de los criptobotánicos y fue el origen de las leyendas sobre árboles carnívoros en América.
Ilustración del Yateveo
James William Buel, un periodista norteamericano del siglo XIX, estaba fascinado por las maravillas del mundo. Su pasión lo llevó a escribir compendios que detallaban la historia del continente americano y sus asombrosas maravillas naturales. En 1887, publicó el libro “Sea and Land”, una obra dedicada a “las maravillosas y curiosas cosas de la naturaleza”, convirtiéndose en una referencia esencial para los criptobotánicos.
La historia se despliega en el capítulo XXVI, titulado “Las maravillas del mundo vegetal”. Si los árboles que lloran mantequilla o el árbol de jabón chino no son lo suficientemente sorprendentes, Buel nos introduce a las plantas carnívoras. La venus atrapamoscas siempre ha sido una curiosidad intrigante, pero basándose en leyendas medievales, Buel relata historias de árboles carnívoros que devoraban humanos en África Central.
Entonces, por primera vez, surge la mención de una planta americana extraordinaria: “Un caballero conocido mío, que residió durante mucho tiempo en Centroamérica, afirma la existencia de una planta […] [cuyos filamentos espinosos] se mueven constantemente en el aire, como un grupo de serpientes en una acalorada disputa”. Según la descripción, era un árbol cuyas hojas se agitaban y, al detectar una presa cercana, la atrapaban con sus hojas como látigos llenos de espinas, pinchándola sin cesar. Así, la planta se alimentaba de la sangre que goteaba hasta sus raíces, “infligiendo una muerte tortuosa”. No había escapatoria, y aquellos que lograban liberarse ya llevaban en su interior un veneno incurable que hacía que las heridas no dejaran de sangrar.
Según el relato, Antonio José Márquez, de Barranquilla, Colombia, confirmó la existencia de la planta y aseguró que su ataque era tan violento que los lugareños decían que producía un sonido siseante similar a la expresión “I see you” (yo te veo). Buel afirmó entonces que por eso se llamaba “Yateveo”.
En el siglo XIX, aparecieron en Europa referencias a plantas similares al Yateveo, desde México hasta Argentina.
El Yateveo fue la primera descripción de una planta carnívora de grandes dimensiones en el continente americano. Por eso, durante el siglo XIX, la era dorada de las exploraciones científicas a países considerados exóticos, aparecieron en Europa descripciones de plantas similares desde México hasta Argentina.
En 1892, por ejemplo, un artículo del Dr. Andrew Wilson en el Illustrated London News hablaba de un sauce azul oscuro que, en lugar de hojas, tenía una resina viscosa que atrapó al perro del Sr. Dunstan en Nicaragua, dejándolo casi sin vida por la cantidad de sangre que le arrebató. Y un mes después, el mismo periódico mencionó el árbol serpiente en la Sierra Madre de México (sin especificar cuál de las dos sierras) que un científico descubrió devorando un pájaro y, para estudiarlo, lo alimentó con gallinas en los días posteriores.
Es importante destacar que, al redactar su artículo, Wilson afirmaba con certeza que la historia era probablemente falsa. De hecho, parece que Wilson extrajo la historia de la revista Review of Reviews, que en octubre de 1891 publicó un artículo sobre la famosa planta nicaragüense conocida como la “Trampa del Diablo”. A su vez, el editor William Stead aseguraba haber leído sobre ella en otra revista londinense. Y es que, fuera de las leyendas nacidas en Europa y Estados Unidos, en Centro y Sudamérica no existen relatos ni tradiciones previas que hablen de árboles carnívoros.
En Venezuela, existe un árbol cuyas frutas tóxicas pueden causar quemaduras, ampollas, ceguera e, incluso, la muerte.
La mayoría de estas historias provienen de mentes occidentales fascinadas por el misterio de tierras desconocidas. Así surgieron relatos sobre el Juy Juy boliviano, cuya fragancia adormecía a sus presas para que luego las flores se acercaran lentamente a extraer su sangre; la trampa de mono brasileña, que atrae a los monos a sus flores como una venus atrapamoscas; el octópodo del Amazonas, que estrangula a quien lo pisa; o la planta vampiro chiapaneca, que envuelve a las aves que se posan sobre sus hojas.
¿Pero existe alguna razón por la cual los árboles latinoamericanos se volvieron tan peligrosos en el imaginario occidental? Quizá la respuesta se encuentre en Linneo, quien en 1753 describió la Manzanilla de la Muerte. Este árbol venezolano tiene frutas tan tóxicas que incluso el mero contacto con su savia produce quemaduras, ampollas, ceguera y la muerte. Cualquiera que buscara su sombra estaba en claro peligro, pues una gota de su savia deshacía el algodón y corroía los metales. Y por increíble que parezca, este árbol no es parte de las listas de criptobotánica; porque este árbol, sí existe.
Autor bibliotecaOculta.com
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