Los intrincados ojos de «El escriba sentado», datados entre 2600 y 2350 a. C. , son un claro ejemplo de la excepcional maestría de los artistas del antiguo Egipto. Elaborados en magnesita blanca con delicadas vetas rojas y complementados con un cristal de roca pulido para la pupila, estos ojos logran un efecto sorprendentemente realista. La cuidadosa aplicación de pigmento detrás del cristal potencia la profundidad, otorgando a la mirada una calidad vívida que sugiere una impresionante vitalidad.
Este detalle, actualmente exhibido en el Museo del Louvre, es un testimonio palpable de la destreza de los egipcios en la creación de ilusiones ópticas, así como de su notable habilidad para infundir en las esculturas una sensación de realismo que sigue fascinando y cautivando a los espectadores, incluso milenios después.
Más historias
Cada día se puede comprobar
Aún piensas que no hay vida en el universo
Así de fácil