Ningún juego de tablero aúna tanta historia, prestigio y difusión global como el ajedrez. En Europa no se conoció hasta la Edad Media, introducido en el Imperio Bizantino a través de la Ruta de la Seda y en la Península Ibérica por los musulmanes, que a su vez lo habían tomado de los sasánidas al conquistarlos en el siglo VII. Pero se trata de un entretenimiento mucho más antiguo y, de hecho, los persas no habían inventado el shatranj, como ellos lo llamaban; éste era sólo una adaptación de un juego practicado anteriormente en la India y denominado chaturanga.
El uso del chaturanga en Persia está documentado literariamente en un par de poemas del siglo VII titulados Mâdayân î chatrang (o Chatrang nâmag) y Xusraw Kawadan ud redag; en este último se mencionan algunos juegos de mesa como el chaturanga y el nard (predecesor del backgammon). Se cree que el chaturanga ya llevaba allí más de una centuria porque habría llegado durante el reinado de Cosroes I (531-579 d.C.), que fue quien expandió el Imperio Sasánida hasta el Indo.
Habría sido el visir de Sharvavarman, rey de Kannauj (ciudad que se había independizado del Imperio Gupta estableciendo su propia dinastía, la Maukhari, gobernando sobre lo que hoy es el estado de Uttar Pradesh) quien regaló a Cosroes un tablero con sus piezas, en un difícil pero curioso tira y afloja diplomático.
El obsequio se remitió acompañado de una carta que contenía una atrevida conminación: «Como tu nombre es Rey de Reyes, imponer tu imperio sobre nosotros implica que tus sabios deberían ser más sabios que los nuestros. O nos envías una explicación de este juego o nos mandas tributos y nos rindes vasallaje». Cosroes era un monarca tan tolerante (permitió que su hijo se convirtiera al cristianismo) como culto («rey filósofo» le apodaban sus enemigos bizantinos) y no sólo averiguó la forma de jugar sino que le devolvió la pelota a Sharvavarman enviándole un backgammon con el mismo planteamiento; el indio no supo resolverlo y se vio obligado a hacerse tributario de Persia.
Esta improbable leyenda incluye un interesante detalle: el chaturanga fue inventado ad hoc para retar al soberano persa, lo que implicaría que ese juego no es tan antiguo como algunos suelen decir. En efecto, a menudo se recurre a una referencia que hay en el Mahabhárata (un libro mitológico atribuido al semilegendario Viasa y uno de los dos grandes poemas épicos de la india, siendo el otro el Ramayana), texto del siglo III a.C., pero que es necesario matizar, ya que lo que hace en realidad es citar el término sánscrito caturaṅga, traducible como «que tiene cuatro extremidades o partes» y generalmente usado como sinónimo de ejército (que en la India se componía de un cuerpo de infantería, otro de caballería, un tercero de elefantes y otro más de carros).
Si buscamos referencias más concretas hay que avanzar tres milenios y medio, hasta la redacción del Vasavadatta, un cuento romántico atribuido a Subandhu y escrito en una fecha incierta entre los siglos IV y VII. Pero el Vasavadatta tampoco reseña el chaturanga de forma explícita sino que habla de un juego en el que las piezas tienen forma de ranas amarillas y verdes, y saltan por las casillas negras del tablero. No está claro, pues, si se trata del chaturanga, del que la mención primigenia más segura está en el Jarsha-charita, la biografía del emperador Jarsha Vhardana que hizo el erudito Baná Bhatta hacia el año 640:
Bajo este monarca, sólo las abejas se peleaban por recoger el rocío; los únicos pies cortados eran los de las medidas, y solo de ashtâpada se podía aprender a hacer un chaturanga, no había corte de las cuatro extremidades de los criminales condenados…
Esa derivación que hace del chaturanga respecto al ashtapada tiene una explicación: era éste un juego previo, citado por primera vez por el filósofo místico Patanjali en su libro Mahābhāshya, allá por el siglo II, y no tenía buena fama, ya que algunos textos lo condenan y se había incorporado a la lista de los que Gautama Buda nunca practicaría, que según obras como Brahmajāla Sutta o Vinaya Piṭaka incluía también las diversas variantes que tenía, así como los juegos de dados, los de pelotas, la versión india de la rayuela, el primigenio pick-up sticks, averiguar letras hechas en el aire con los dedos, adivinar pensamientos, soplar molinetes, tirar de carritos de ruedas, etc.
Ashtâpada también es el nombre que se terminó dando al tablero de chaturanga. Al estar cuadriculado -sin ajedrezar- en ocho filas y ocho columnas remite de nuevo a las cuatro partes de la palabra caturaṅga, o sea, otra vez aparece la relación con la estrategia militar. Esa concepción tetrárquica ha originado alguna duda respecto al número de jugadores original. Durante un tiempo se pensó que eran cuatro y hubo una evolución a dos, pero luego se llegó a la conclusión de que siempre habían sido dos y los cuatro constituían sólo una variante introducida en el siglo XI (descrita por el erudito persa Al-Biruni), denominada chaturaji y en la que las piezas se movían según la puntuación obtenida con unos dados.
El chaturaji se hizo muy popular en la India durante el siglo XIX, lo que aumentó la confusión e indujo a algunos autores a asignarle más antigüedad de la que realmente tenía (pese a carecer de referencias documentales anteriores). Algo similar les ocurrió a otros cuando retrotraían el origen del chaturanga basándose en una cita del Bhavishia-purana, otra obra atribuida a Viasa pero con muchas interpolaciones decimonónicas fruto del dominio británico. Quienes se empeñan en elegir las fechas tempranas suelen recurrir al argumento del uso de carros de combate, una de las cuatro partes mencionadas, obviando que en el siglo VII ya no se utilizaban en la guerra real pero sí en las batallas que se narraban en la literatura, a manera de tradición.
Porque las tradiciones son una constante en la historia de este juego, como demuestra que algunas casillas presenten unos signos que no tienen ninguna utilidad práctica; quizá la pervivencia de un tiempo anterior en el que el mismo tablero se usara para otro juego, acaso uno de persecución con dados parecido al antiquísimo chowka bara (también conocido como ashta chamma). Porque juegos de mesa los había al menos desde el tercer milenio a.C., como demuestra el hallazgo de unas fichas de mover parecidas a las del chaturanga en las excavaciones de la ciudad de Lothal, perteneciente a la civilización del valle del Indo.
A su vez, las piezas del chaturanga, blancas para un jugador y negras para el otro, se asemejaban bastante a las del ajedrez moderno. Un rajá equivale al rey y un mantri o senapati (consejero real) a la reina; viniendo a continuación las cuatro tipos citados: el ratha o sákata (carro) sería la torre; el gaja o hastin (elefante), el alfil; el ashva, el caballo: y el padàti o bhata, el peón. Sus movimientos son prácticamente iguales que los ajedrecísticos, salvo el del elefante, que resulta más versátil y además tiene variantes según la versión adoptada en cada país: Tailandia, Birmania, China, Corea y Japón (donde el chaturanga recibe los respectivos nombres de makruk, sittuyin, xiangqi, janggi y shogi). Como pasa en el ajedrez con el rey, el objetivo era comer -en sentido de eliminar- al rajá.
En la obra Kitab ash-shatranj («Libro del ajedrez»), escrita en el siglo IX por Al-Adli al-Rumi, maestro y teórico árabe del shatranj, se da testimonio de dos variantes de victoria en el chaturang: la del ahogado, en la que un jugador podía ganar si dejaba al adversario sin posibilidad de mover (el ahogado se recuperó en la Inglaterra del siglo XVII), y otra en la que se obtenía el triunfo dejando al rey solo, eliminando al resto de las piezas. En cualquier caso, todas estas reglas no serían sino la recreación lúdica de una batalla, si hacemos caso a otra leyenda que cuenta el poeta Ferdousí en una obra que está considerada la epopeya nacional persa, una mezcla de historia y mitología titulada Shāhnāmeh («El libro de los reyes»).
Ferdousí dice que el chaturanga nació a causa de una guerra entre dos hermanos por la sucesión del trono y que, con el fin de ahorrar al pueblo la muerte y destrucción propias de una contienda civil, un grupo de sabios les propuso solventar la cuestión con una partida entre ambos candidatos. Un suelo de baldosas blancas y negras hacía las veces de tablero, representando el campo de batalla, y las piezas eran equivalentes a las tropas respectivas, numéricamente parejas: un rey, un general, dos jinetes, dos carros y dos elefantes. Cada figura se movía acorde al papel que tendría en la realidad, de modo que el general no podía alejarse del monarca más de una casilla, el caballo podía desplazarse hasta tres casillas en diagonal, el elefante otras tantas en vertical y los peones avanzaban de una en una hacia adelante.
Lo cierto es que si hay algo que no falta en la historia del ajedrez en general y del chaturanga en particular son leyendas. Hay otra recogida por el capitán Henry Cox y remitida a la Sociedad Arqueológica de Calcuta, que sitúa su génesis en Ceilán. Los cingaleses contabna que fue la esposa del rey de Lanca quien inventó el juego para distraerle como parodia de una batalla, en un contexto bélico: la capital estaba sitiada por Rama en la segunda edad del mundo (la de la introducción del budismo en la isla, aunque habría una disonancia cronológica puesto que ésta se produjo en el siglo V, mil quinientos años después de la teórica fecha).
Como decíamos al principio, los persas difundieron el shatranj por el Imperio Bizantino, donde se popularizó una variante llamada zatrikion, y la guardia varega de Constantinopla lo introdujo en lo que luego sería Rusia. Por otra parte, tras conquistar el Imperio Sasánida, los musulmanes adoptaron el juego y lo difundieron por Europa occidental, donde se asumió incluso buena parte de la nomenclatura adaptada a cada lengua local (ajedrez, xadrez, chess, alfil o shāh māt, expresión ésta que en persa significa «el rey está muerto» y devino en jaque mate) y, con el tiempo, se introdujeron novedades como la potenciación de la reina (ya en el siglo XV).