LA ESPADA DE DAMOCLES…
Cicerón nos cuenta una interesante leyenda de los tiempos griegos.
Se decía que en la corte del rey Dionisio I de Siracusa, vivía un adulador llamado Damocles. El rey no era muy popular entre sus súbditos, porque a pesar de que había intentado gobernar con mano dura y establecer el orden lo mejor que había podido, sus acciones no habían hecho sino granjearle numerosos enemigos, y constantemente se sentía angustiado y perseguido, con miedo de ser asesinado por alguien.
Por ello, no le caía en gracia que el envidioso de Damocles no hiciera sino recordarle todo el tiempo la gran suerte que suponía ser rey, rodeado de esclavos, manjares y agasajos, además de grandes banquetes y celebraciones en su honor.
Es así como un día, para callar al cortesano, Dionisio mandó llamarlo y le propuso cambiar los roles por un solo día: le cedería el mando de Siracusa, coronándolo rey temporalmente para que él mismo pudiese disfrutar de esos placeres y goces que envidiaba tanto en público como en privado. Damocles aceptó encantado.
De esta manera, se celebró un gran banquete en su honor como nuevo rey sustituto. Damocles estaba feliz: lo agasajaron enseguida con un gran banquete, licores corriendo a raudales y los mejores manjares en su mesa. Se sentaba en una silla de oro y tenía esclavos que lo ventilaban. El advenedizo cortesano no podía creer su suerte y deseó ser rey por siempre.
A mitad del banquete, a Damocles se le ocurrió voltear a ver el techo. Fue entonces cuando descubrió horrorizado que, sobre su cabeza, había una espada apuntando directamente hacia él, colgando tan solo por una fina hebra de crin. Parecía que el arma en cualquier momento podía hacer ceder el delicado cabello que la sostenía y se le precipitaría directamente en el cráneo.
Dionisio había mandado colgar esa espada. Damocles no entendió aquella broma de mal gusto, pero de pronto comenzó a sentir náuseas y los manjares de la mesa ya no le supieron a nada. Se sentía preocupado porque la espada podía caerle encima en cualquier momento. Ya no gozó de los perfumes que le aplicaban los esclavos ni de la fresca brisa de los abanicos. Sólo pensaba en que su vida estaba en permanente riesgo.
Al cabo de un rato pidió disculpas: deseaba levantarse. Ya no quería seguir siendo rey.
Es así como “la espada de Damocles” pasó a ser una frase de uso popular para referirse a aquellos tiempos felices en los que en realidad, la estabilidad pende de un hilo, pues en cualquier momento puede todo venirse abajo y causar un profundo desastre.
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