Enterrado durante milenios en la parte posterior de un cobijo de piedras en el Valle del Lapedo, 85 millas al norte de Lisboa, Portugal, los arqueólogos descubrieron los huesos de un niño de cuatro años de edad, el primer esqueleto completo del Paleolítico encontrado en la Península Ibérica.
En realidad la importancia del descubrimiento fue mucho mayor, porque el análisis de los huesos reveló que el niño tenía el mentón y los brazos inferiores de un ser humano, pero la mandíbula y la constitución de un neandertal, sugiriendo ser un híbrido o un resultado del mestizaje entre las dos especies.
El hallazgo pone en duda la teoría aceptada de que los neandertales desaparecieron hace aproximadamente 30.000 años, reemplazados por los cromañones, los primeros seres humanos modernos. Al mismo tiempo el hallazgo sugiere que los neandertales se cruzaron con los humanos modernos y se convirtieron en parte de nuestra familia, un hecho que tendría consecuencias dramáticas para los teóricos evolutivos alrededor del mundo.
El descubrimiento sucedió en noviembre de 1998, cuando los arqueólogos João Maurício y Pedro Souto fueron al valle del Lapedo para investigar unos relatos sobre unas pinturas rupestres prehistóricas encontradas, que resultaron ser ciertas. En el curso de las investigaciones descubrieron un cobijo de piedra caliza, en Lagar Velho.
Los dos o tres metros superiores habían sido derribados en 1992 por el propietario de la tierra, pero se mantuvieron restos de sedimentos en una fisura a lo largo de la pared posterior conteniendo gran concentración de herramientas líticas, huesos de animales y carbón del Paleolítico Superior: era evidente que el Lagar Velho había sido un importante lugar de ocupación. Las siguientes excavaciones lo confirmaron, mostrando el radiocarbono fechas de hace 23.170 hasta 20.220 años.
Mientras recogían el material superficial que había caído, João y Pedro inspeccionaron un hueco en la pared posterior. En los sedimentos recuperaron varios pequeños huesos manchados con ocre rojo y pensaron que podrían ser de un humano. Resultó ser la tumba de un niño: el único entierro Paleolítico encontrado hasta aquel momento en la Península Ibérica.
Este niño había sido enterrado con sumo cuidado en posición yacente, en un orificio poco profundo, con la cabeza y los pies más altos que su cadera. El cuerpo estaba reposando sobre una rama quemada de pino silvestre, probablemente en un escondite cubierto de ocre rojo. la capa de ocre era particularmente gruesa alrededor de la cabeza y manchaba las superficies superiores e inferiores de los huesos.
Se encontró el cadáver completo de un conejo entre las piernas del niño y seis ornamentos: cuatro dientes de ciervo que parecen haber sido parte de un tocado y dos conchas de bígaro del Atlántico, que parecen ser parte de un colgante.
Se lanzó así un proyecto de excavación para recuperar todos los restos del cuerpo del niño. El trabajo era difícil porque las raíces diminutas de las plantas habían penetrado los huesos esponjosos. Tamizando los sedimentos desordenados se llegó a la recuperación de 160 fragmentos craneales, que constituían aproximadamente el 80% del total del cráneo. La excavadora había aplastado el cráneo pero afortunadamente había evitado el resto del cuerpo por dos centímetros.
Una vez completado el proceso de recuperación, los restos óseos fueron enviados al antropólogo Erik Trinkaus de la Universidad de Washington para ser analizados. Fue entonces cuando se realizó el descubrimiento más sorprendente. Trinkaus encontró que la proporción de las extremidades inferiores no eran de un humano moderno: se asemejaban a las de un neandertal.
Por otro lado, la forma general del cráneo era moderna, al igual que su oído interno y los dientes. Aunque el cráneo era más similar a un humano moderno, se detectó una anomalía: una picadura en la región occipital, que es un rasgo típico y genético de los neandertales.
Trinkaus concluyó que el niño de Lapedo era un mosaico morfológico, anatómicamente era un híbrido entre los neandertales y los humanos modernos. Sin embargo, parece ser que ambas especies no coexistieron en la Península Ibérica más allá de hace 28.000 años. ¿Cómo puede el niño tener características de ambas formas?
La pregunta llevó a un encendido debate entre expertos, algunos de los cuales aceptaron que el descubrimiento del niño de Lapedo demostraba que los neandertales se cruzaron con los humanos modernos, mientras que otros rechazaron alejarse de las opiniones que aseguran que los neandertales se extinguieron, reemplazados por otra especie.
Hoy la teoría más popular es que los restos pertenecen a un niño moderno con rasgos genéticamente heredados de los neandertales, lo que significa que los últimos neandertales de la Península Ibérica (y sin duda de otras partes de Europa) contribuyeron al patrimonio genético de las poblaciones posteriores.
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