Décadas antes de que se sospechase la posibilidad de emitir rayos láser, Edgar Cayce, un vidente que murió en 1944, sostuvo que los antiguos Atlantes usaban cristales como fuentes de energía, que dichos cristales estaban localizados específicamente en la zona de las Bimini y que lo más probable era que posteriormente se hundiesen frente a la costa de Andros, en las Bahamas, donde han ocurrido muchas de las desapariciones.
Según esta idea, una fuente de energía hundida a una profundidad de 1.600 metros al oeste de Andros estaría ejerciendo todavía una atracción ocasional sobre los equipos electrónicos de los barcos y aviones de la actualidad. En todo caso, la explicación del misterio parece estar relacionada con el mar, que es de por sí el más grande enigma de la Tierra.
La verdad es que alrededor de tres quintas partes de la superficie del globo, constituidas por las profundidades abismales del océano, nos son casi tan desconocidas como los cráteres de la luna. Hace tiempo que hemos trazado un mapa de los contornos generales del fondo del mar: primero por medio de sondas mecánicas y más recientemente utilizando sonar, exploraciones submarinas y cámaras-sonda de gran profundidad. La actividad desplegada durante la guerra fría y la creciente utilización de flotas submarinas, pese al peligro experimentado por la marina francesa en las actividades submarinas en el Mediterráneo y por la de los Estados Unidos en el Atlántico, contribuirían considerablemente, si los materiales fuesen publicados, a hacer mayor nuestro conocimiento del fondo del mar. Sin embargo, las partes más profundas del océano todavía podrían reservarnos sorpresas considerables. Es posible que las planicies abisales y los cañones y hendiduras contiguas contengan una fauna inesperada. En el Océano Indico se descubrió en 1938 que el supuestamente extinguido coleocanto, un pez prehistórico, dotado de extremidades residuales, aún existía. Se trata de un pescado azul, de cuatro miembros, que era muy abundante hace alrededor de sesenta millones de años. Existen descripciones detalladas, provenientes de observadores dignos de confianza, sobre una “serpiente marina“, en que se explican las características de ciertas criaturas marinas que tienen una estructura muy parecida a la del monosaurio del Plioceno, o delictiosaurio, y que aparentemente viven todavía en las profundidades abisales. El monstruo de Loch Ness, al que se le llama cariñosamente “Nessie” y que ha sido fotografiado varias veces, aunque en forma borrosa, podría ser una versión menor de estos gigantescos “peces lagartos“, que es como se traduce su nombre griego, Ichthyosaurus.
El oceanógrafo danés Antón Bruun observó en una ocasión un renacuajo de casi dos metros de largo, similar a una anguila, que había sido pescado por un barco de arrastre y que se hallaba en estado larval. Si hubiese llegado a su edad adulta, creciendo proporcionalmente, habría llegado a medir 22 metros de largo.
Aunque no se ha recogido ningún ejemplar de calamar gigante, hay diversos indicios de que podrían ser tan grandes como algunas de las legendarias “serpientes marinas“, e incluso de que podrían ser las propias serpientes de mar vistas por tantos observadores. Se puede calcular el tamaño de estos calamares gigantes por medio de los restos de esqueletos que se encuentran ocasionalmente y también gracias a las marcas en forma de disco encontradas en los lomos de algunas ballenas. Los tentáculos de los calamares succionan el pigmento de la piel de las ballenas y dejan la huella que sugiere titánicas batallas en las profundidades.
A este respecto podemos mencionar que el kraken es una criatura marina de la mitología escandinava y finlandesa descrita comúnmente como un tipo de pulpo o calamar gigante que, emergiendo de las profundidades, atacaba barcos y devoraba a los marinos. La leyenda puede realmente haberse originado de avistamientos de calamares gigantes reales que se estima tendrían de 13 a 15 metros de largo, incluyendo los tentáculos. Aunque el nombre kraken nunca aparece en las sagas noruegas, hay monstruos marinos similares, el hafgufa y lyngbakr, ambos descritos en la saga Örvar-Oddr y en los textos noruegos de 1250, Konungs skuggsjá. Carolus Linnaeus incluyó al kraken como cefalópodo con el nombre científico de Microcosmus en la primera edición de su Systema Naturae(1735), una clasificación taxonómica de organismos vivos, pero excluyó al animal en ediciones posteriores.
El kraken también es extensivamente descrito por Erik Pontoppidan, obispo de Bergen, en su Historia Natural de Noruega (1752). Cuentos antiguos, incluyendo los de Pontoppidan, describen al kraken como un animal “del tamaño de una isla flotante“. Se decía que el dorso de un kraken adulto tenía una longitud de 2,4 kilómetros, cuyo verdadero peligro para los marineros no era la criatura misma, sino el remolino que creaba después de sumergirse rápidamente en el océano. Quizás fuese algún extraño tipo de nave, tal vez extraterrestre. Pontoppidan también describe el potencial destructivo de la gran bestia: “Se dice que si se aferra al mayor buque de guerra, podría tirar de él hasta el fondo del océano” (Sjögren, 1980). El kraken fue siempre distinto de las serpientes marinas, también comunes en la tradición escandinava.
Desde fines del siglo XVIII, el kraken se ha representado en varias formas, principalmente como grandes criaturas similares a pulpos, y a menudo se ha afirmado que el kraken de Pontoppidan podría haberse basado en observaciones de calamares gigantes por parte de algunos marineros. En las primeras descripciones, sin embargo, las criaturas eran más similares a cangrejos parecidos a pulpos y, en general, poseen rasgos que se asocian con las grandes ballenas en lugar de con los calamares gigantes. Algunos rasgos del kraken se asemejan a las actividades volcánicas submarinas que ocurren en la región de Islandia, incluida el agua burbujeante, las corrientes peligrosas y la aparición de nuevos islotes. En 1802, el francés Pierre Dénys de Montfort reconoce la existencia de dos tipos de pulpos gigantes en Histoire Naturelle Générale et Particulière des Mollusques, una descripción enciclopédica de moluscos. Montfort afirma que el primer tipo, el pulpo kraken, ha sido descrito por los marineros noruegos y balleneros de América, así como antiguos escritores como Plinio el Viejo. Sobre la segunda categoría más grande, el pulpo colosal, se informó acerca de un ataque a un buque velero de Saint-Malo, frente a las costas de Angola. Montfort luego se atrevió a hacer más afirmaciones. Él propuso que diez barcos de guerra británicos, incluyendo el navío de línea Ville de Paris, que misteriosamente desaparecieron una noche en 1782 debieron ser atacados y hundidos por pulpos gigantes. Desafortunadamente para Montfort, los británicos fueron hundidos por un huracán cerca de la costa de la isla de Terranova, tal y como se supo a través del relato de los supervivientes del Ville de Paris. La carrera de Pierre Dénys de Montfort nunca se recobró y murió hambriento y pobre en París alrededor de 1820. En defensa de Pierre Dénys de Montfort, cabe señalar que muchas de sus fuentes, para el “pulpo kraken” probablemente describen al verdadero calamar gigante, cuya existencia se probó en 1857. En 1830, posiblemente influido por el trabajo de Pierre Denys de Montfort, Alfred Tennyson publicó su popular poema El kraken, que difundió la idea del kraken. El poema, en sus tres últimas líneas, también tiene similitudes con la leyenda del Leviatán, un monstruo marino, que subiría a la superficie en el final de los días. Leviatán es una bestia marina del Antiguo Testamento, a menudo asociada con Satanás, creada por Dios. El término Leviatán ha sido reutilizado en numerosas ocasiones como sinónimo hoy en día de gran monstruo o criatura. La descripción de Tennyson aparentemente influyó en Julio Verne que imaginó al famoso calamar gigante en su obra Veinte mil leguas de viaje submarino, en 1870. Verne también hace numerosas referencias al Kraken y al obispo Pontoppidan en la novela. Hoy en día se han encontrado varias pruebas de existencia de calamares gigantes en las profundidades del mar, de aproximadamente 15 a 20 metros.
Aunque siempre estamos aprendiendo más acerca de la vida en las profundidades del océano, la mayor parte de nuestras observaciones y de nuestras capturas de ejemplares han sido casuales, como podría ocurrir, para hacer una analogía, con exploradores del espacio que hubiesen lanzado redes desde sus naves espaciales en diversas regiones de la Tierra, para luego recogerlas con lo que pudiesen haber encontrado. Incluso las criaturas marinas que ya nos resultan familiares presentan ciertos misterios en sus migraciones y hábitos procreativos.
Por ejemplo, las anguilas de Europa interior y América, que se encuentran para la procreación en el mar de los Sargazos y desde el cual sólo los nuevos ejemplares regresan a los lugares de origen de sus padres. También los atunes, que inician su emigración frente a las costas del Brasil, viajan a Nueva Escocia y luego a Europa y entonces sólo algunos siguen hacia el Mediterráneo. Asimismo las langostas de púas, que caminan sobre el fondo del mar, descendiendo por la plataforma continental y siguiendo luego hacia abajo, rumbo a un destino ignorado en la llanura abisal.
Pero al área de las Bermudas no es el único lugar del planeta donde existen los misteriosos y enigmáticos fenómenos antes relatados. Entre otros misterios, se pueden citar las grandes fosas de los océanos, que curiosamente tienen aproximadamente la misma profundidad, uno 11.000 metros, algo asombroso, por lo que es increíble que existan criaturas vivientes en el fondo, bajo enormes presiones. También son remarcables las corrientes oceánicas, que son como los grandes ríos del mar. Algunas son de superficie y su profundidad es variable, mientras otras fluyen a centenares de metros de profundidad y a menudo en direcciones distintas a las de la superficie.
O la corriente de Cromwell, en el Océano Pacífico, que hace algunos años subió a la superficie y luego retornó a su nivel submarino. Casi todas estas corrientes giran. Las del Hemisferio Norte como las manecillas del reloj, y las del Hemisferio Sur en sentido contrario. Pero hay una excepción, como la corriente de Bengala, que fluye sin girar. Los vientos y las olas son otros tantos misterios. Las tormentas más violentas y repentinas se producen básicamente sólo en dos lugares: en el Caribe y en la región atlántica occidental, en forma de huracanes, y en el sur del Mar de la China, en forma de tifones. Sin embargo, algunas veces aparecen olas enormes en medio de mares habitualmente serenos. Se cree que estas olas provienen de deslizamientos de tierra submarinos o de terremotos que pasan inadvertidos en la superficie y no aparecen en las previsiones meteorológicas. En la actualidad, la riqueza mineral del océano es incalculable y la extracción y explotación de estos depósitos minerales, además de las del petróleo, podrían afectar considerablemente la situación de los océanos.
El manto protector del mar cubre también tesoros y vestigios de civilizaciones pasadas. Muchas de ellas resultan evidentes en las bajas aguas costeras de la plataforma continental del Mediterráneo y el Atlántico, pero otras podrían yacer, por ejemplo, a unas profundidades de más de 1.500 metros, frente a la costa del Perú. Allí se han fotografiado columnas talladas emplazadas entre lo que podrían ser edificios sumergidos, prueba de tremendos hundimientos de tierra que podrían haber ocurrido en un remoto pasado. En muchas zonas de los mares del mundo, desde la perdida Atlántida en el centro del Atlántico, hasta las Bahamas o el Mediterráneo Oriental, perviven historias de civilizaciones sumergidas. Por ejemplo, los misterios de la isla de Pascua y otras civilizaciones perdidas del Pacífico Sur, o la posibilidad de la existencia de una cultura ahora enterrada bajo el hielo de la Antártida, que habría existido allí antes del desplazamiento de los polos. Hay algunas áreas del fondo del mar que parecieran estar en constante movimiento.
En mayo de 1973, parte de la fosa de Bonin, cerca de Japón, subió casi dos mil metros. La mayoría de los cien mil terremotos que se producen todos los años a lo largo de la cordillera del centro del Atlántico ocurren en el lugar donde, según se supone, estaba ubicada la legendaria Atlántida.
Existe también el misterio del “fondo falso“, frecuentemente revelado por investigaciones con sonar, a gran profundidad. Dichas pesquisas revelan a menudo que la profundidad es mucho mayor que la que antes se había supuesto y más tarde vuelven a arrojar el resultado primitivo. Se ha supuesto que este falso fondo es el resultado de la presencia ocasional de bancos de peces u otra variedad de la fauna marina, tan compacta, que presenta una superficie sólida contra la cual rebota el sonar, proporcionando la información errónea.
Los curiosos rayos brillantes de “agua blanca” de la corriente del Golfo constituyen otro misterio perturbador. Se ha pensado que podrían ser causados por bancos de peces fosforescentes, o por la marga agitada por los pescados, o por la presencia de radioactividad en el agua. En todo caso, el fenómeno resultó suficientemente notable como para que ya Colón lo comentase, hace cinco siglos, y fue también la última luz terrestre que pudieron ver los astronautas rumbo al espacio. Por último, tenemos la teoría de los continentes que se desplazan, al separarse uno del otro a lo largo del océano y alejarse de su posición original, donde se hallaban agrupados formando un supercontinente. Esta teoría ha sido aceptada sólo recientemente y podría tener estrecha relación con la rotación, composición y comportamiento de la propia Tierra.
Sin embargo, hay una diferencia entre estos múltiples misterios, que podrían ser finalmente resueltos y el que plantea el Triángulo de las Bermudas, que introduce un elemento de peligro para el viajero. Es verdad que todos los días un gran número de aviones vuelan sobre el Triángulo, que barcos grandes y pequeños navegan por sus aguas y que innumerable cantidad de viajeros visitan la región sin que se produzca ningún incidente. Además, barcos y aviones se han perdido y se siguen perdiendo en el mar y en los océanos del mundo por una serie de razones. Por cierto, debemos acordarnos de distinguir entre “perdido en el mar“, lo que sugiere el hallazgo de un naufragio o de ciertos restos identificables y “desaparecido“, que es el caso en que no se encuentra nada. Pero, en ninguna otra región, aparte del Triángulo de las Bermudas, han sido tan numerosas las desapariciones sin explicación. En ninguna se las ha registrado tan bien, ni han sido tan repentinas y acompañadas de circunstancias tan extrañas, algunas de las cuales llevan el elemento de la coincidencia hasta los límites de lo imposible. Muchas autoridades marítimas o aeronáuticas podrían hacer la observación de que es perfectamente natural que algunos aviones, barcos o yates desaparezcan en una zona en que hay tantos viajes marítimos y aéreos, todos ellos sujetos a tormentas repentinas y a las múltiples posibilidades de accidentes y errores de navegación. Esas mismas autoridades comentarían, tal vez, que el Triángulo de las Bermudas sencillamente no existe y que esa denominación en sí es errónea, y constituye un misterio fabricado para divertir a los lectores curiosos e imaginativos. Las líneas aéreas que sirven la región comprendida en el Triángulo de las Bermudas suscriben esta versión con un entusiasmo fácil de comprender, aunque hay muchos pilotos experimentados que no están muy seguros de su inexistencia. Los que aseguran que el Triángulo no existe tienen razón, en cierto sentido, porque el área de las desapariciones inexplicables podría no ser un verdadero triángulo, sino más bien una elipse, o tal vez el segmento gigante de un círculo cuyo ápice estaría cerca de las Bermudas y cuyo fondo curvo se extendería desde la baja Florida hasta más allá de Puerto Rico, describiendo una curva hacia el Sur y el Este a través del mar de los Sargazos, y volviendo luego hacia las Bermudas. En general, los que más han estudiado el fenómeno están de acuerdo en su ubicación, aunque puedan diferir en detalles. Ivan Sanderson, que se ocupó del tema en su obra Invisible Residents(Residentes invisibles) y en numerosos artículos, llegó a la conclusión de que la zona tenía la forma de una elipse, o punta de diamante, y de que habría otras doce similares, esparcidas en todo el mundo a intervalos regulares; entre ellos, el tristemente célebre mar del Diablo, en el Japón.