Siempre resultan impactantes visitar las viejas ruinas de antiguas culturas cuyos últimos vestigios nos han quedado, para el recuerdo, con sus ciclópeas construcciones.
El visitante se sorprende ante la majestuosidad y riqueza con las que las adornaban, es trabajo esmerado, detallista casi hasta lo obsesivo, y su inenarrable simbología.
Una de esas viejas ciudades se encuentra en uno de esos países asiáticos casi desconocidos, su nombre nos recuerda modernas guerras y sin embargo su pasado fue tan brillante como desconocido.
Se trata de Angkor, en Camboya, cerca de la frontera con Thailandia al norte. Allí nos vamos detener, en la capital del imperio Jemer durante siglos, del periodo comprendido entre el siglo XI y el XV d.C.
A menudo, en esta sociedad en la que vivimos, todo se compara en base al mundo conocido. En aquellos siglos las capitales europeas llegaban a los 50000 habitantes en un alarde de la época, y sin embargo estas ciudades asiáticas sobrepasaban el millón de habitantes con una perfecta estructura social, económica y urbana…
Allí se encontró Angkor, en plena selva, casi cubierta por la maleza que camuflaba sus elegante y pétreas formas, casi 200 kilómetros cuadrados de arquitectura en simbiosis con el medio ambiente, aprovechando los recursos naturales, con imágenes de dioses, cascadas de agua entre los edificios sabiamente canalizadas. Pasos subterráneos o elevados para no entorpecer ni alterar las vías principales…
Destacan las hermosas torres cónicas de su templo, piramidales, su función fue la de templo pero también la de observatorio y además, simbólicamente, es el centro del universo hindú.
Fue en 1969 cuando Giorgio de Santillana, del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), notó que podía haber un gran conocimiento astronómico entre sus piedras, en sus edificios. Así formuló su hipótesis sobre el ciclo precesional originado por la inclinación del eje de la Tierra.
Ello hace que los equinoccios se vayan retrasando poco a poco cada año, desplazando las estaciones también, poco a poco, provocando con el paso de los siglos, milenios, el cambio total en las fechas de la llegada de los mismos y por consiguiente del Verano o el Invierno.
Un ciclo total de 2170 años hace que la Primavera llegué un mes más tarde cumpliéndose cada 25920 años un ciclo precesional completo.
Este proceso que ha sido muy desarrollado por nuestro astrónomos y científico parecía ser ya conocido por las antiguas culturas asiáticas ya que sus construcciones, simbólicamente, así lo manifiestan.
Todo el proceso precesional parecía ser conocido por estos jemer, como si hubieran compartido un hilo de conocimiento con otros pueblos sabios como mayas o egipcios, incluso hindúes. Además ese fenómeno provocaba un consiguiente desplazamiento en el cielo, en las estrellas, de un grado cada setenta y dos años.
Así pues edificaron Angkor con una “desviación” de 72 grados exactos al este de las pirámides y la esfinge de Gizá, pero además tiene setenta y dos templos, uno por cada grado… Como si conocieran milimétricamente nuestra bóveda celeste.
Pero hay más nexos comunes, por que Angkor tiene una raíz lingüística egipcia y significa: Horus vive… ¿Cómo es posible?
Las sorpresas no acaban y la Esfinge de Giza está orientada hacía la posición de una constelación concreta, que era visible, y principal, cuando fue construida la guardiana del desierto: la Constelación de Leo, pero hay una sorpresa más: ¡ en el año 10450 a.C.! Eso derribaría muchas erróneas, y admitidas, dataciones sobre su antigüedad.
Pero además las pirámides de Giza están orientadas como si fueran un mapa pétreo de la Constelación de Orión, incluso son su pequeña desviación…
Se preguntarán: ¿Qué tiene que ver con Angkor? Angkor tiene como uno de sus símbolos al Dragón, a la serpiente alada que “escupe fuego” (¿les suena, en México la hubiera llamado la “Serpiente emplumada”) y se orienta hacia una constelación concreta del cielo: la del Dragón. Y además sus templos se orientan hacía el Dragón como si de Orión se tratara en Giza…
Y una nueva sorpresa: si tomáramos una vista aérea de Angkor y uniéramos sus puntos principales nos daría como resultado un mapa celeste que representa a las estrellas de la Constelación ¡¡¡del Dragón!!!, y además, ¿saben?
La Constelación del Dragón era visible en el 10450 a.C., y cuando llegaba el equinoccio de Primavera el Dragón estaba en el punto más bajo del horizonte, como le ocurría a Leo y Orión… ¿Casualidad?
Pero además en ese momento Leo se ubicaba al este de Angkor, como si estuviera representando a la Esfinge de Giza y al sur Orión representando las pirámides… Todo un complejo astronómico milimétricamente estudiado, decorado y construido.
¿Creen ahora en las casualidades para explicar esta magnífica demostración de conocimientos astronómicos en la actualidad? Yo sinceramente NO.
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