HECHO DE ACERO Y HORMIGÓN
El cañón que hace que lanzar una nave al espacio cueste menos que la suscripción a Netflix
La empresa Longshot promete un sistema de lanzamiento orbital radicalmente barato inspirado en diseños nazis de la Segunda Guerra Mundial
La startup Longshot Space quiere construir un supercañón de hormigón de 10 kilómetros de largo capaz de disparar cargas al espacio a velocidades de hasta Mach 30 (37.000 km/h) en un segundo. Su creador asegura que la tecnología podría lanzar proyectiles de un modo realmente barato, por “menos de lo que cuesta una suscripción a Netflix”.
Con un “escuchad, imbéciles”, Mike Grace, director general de Longshot, comenzó a exponer su proyecto en el Taller Espacial del Instituto Foresight en EEUU el mes pasado. La idea es contruir un enorme “cañón acelerador” desarrollado a partir de prototipos del siglo XIX, como el conocido V-3 de la Alemania nazi.
Los cañones de este tipo utilizan proyectiles de múltiples etapas para lograr un aumento significativo en su alcance y velocidad. Para evitar dañar el cañón con una explosión masiva, se utilizan estallidos iniciales relativamente pequeños y se agregan otros a medida que el proyectil avanza por el cañón. Esto permite proporcionar un impulso adicional en cada etapa del recorrido.
Aparatoso y muy barato
Los promotores del proyecto afirman que la mayor diferencia de su sistema con el los competidores es que el Longshot es “muy horizontal”. El sistema de SpinLaunch actúa como una honda para lanzar naves a velocidades hipersónicas y Stratolaunch utiliza un avión gigante especializado para lanzar un vehículo hipersónico en pleno vuelo.
Longshot no es técnicamente un cañón, según explica Grace para el medio New Atlas, ya que no utiliza un dispositivo que arranque la detonación, en su lugar, un gas comprimido empuja un proyectil por un larguísimo túnel de hormigón que es como una cámara de vacío. “Las velocidades resultantes son extremadamente rápidas y aumentan en proporción al tamaño del sistema”, asegura.
Un sistema con una velocidad de Mach 5 (6.000 km/h) tendría unos 24 metros de largo, uno con el doble de velocidad requeriría el tamaño de dos o tres campos de fútbol y sistemas capaces de llegar al espacio, a velocidades Mach de 25 o 30 (30.000 km/h), varios kilómetros de largo.
Todo ello por tan sólo 10 dólares por kilogramo que se lance a órbita. Según la empresa, sus bajos precios sólo se consiguen manteniendo la mayor parte posible del sistema en tierra, donde la energía se distribuye en el espacio y el tiempo. Sin las exigencias de la elevación vertical, estos sistemas pueden construirse con hormigón en lugar de aluminio.
Sin embargo, el cañón tendría que ubicarse en un lugar muy remoto, como la sabana australiana o las regiones áridas de Kenia. “Lo ideal sería estar en un lugar donde pudiera estallar una bomba atómica sin que nadie se diera cuenta”, explica Grace, cuya motivación es “hacerlo más grande, no más inteligente, porque eso es caro”.
El V-3 de Hitler y el HARP
Durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania intentó utilizar cañones de varias fases, como el V-3, para disparar proyectiles explosivos hacia Londres desde la Francia ocupada. Estos cañones utilizaban cargas aceleradoras proporcionadas por cohetes propulsores de combustible sólido. Una versión más pequeña del V-3 consiguió disparar unos 183 proyectiles explosivos a una distancia de 43 km desde Alemania hacia Luxemburgo antes de ser desmantelada. La dificultad para controlar el tiempo de las cargas y la falta de precisión hicieron que estos cañones fueran blancos fáciles y nunca alcanzaran grandes distancias.
Los cañones largos de varias fases demostraron ser bastante ineficaces en la guerra. Pero, según argumenta Grace, eso no significa que la idea básica de un cañón acelerador no funcione para fines no militares como lanzamientos orbitales. La idea de sustituir los cohetes por enormes cañones quedó demostrada a mediados de la década de 1960 con el Proyecto HARP de Gerald Bull.
“Son dos cañones de acorazado de la Segunda Guerra Mundial pegados con alambre de embalar”, comenta Grace, señalando una foto de uno de los cañones de 36 metros del proyecto HARP. “Y este hijo de puta lanzaba proyectiles de 300 kilogramos a más de 350 kilómetros de altura. Y tenía planes para un sistema de cohetes multietapa que habría sido capaz de poner en órbita un Cubesat (un tipo de satélite en miniatura) en 1960”.
De acero y hormigón
Según Nathan ‘Nato’ Saichek, director de tecnología de la empresa, el Longshot es como un cilindro de hormigón de 10 kilómetros de largo con 3 metros de diámetro. Para su funcionamiento “cargamos el proyectil en la recámara, la sellamos y disparamos. En aproximadamente un segundo, el proyectil va de un extremo del cañón al otro. Sale a unos 10 kilómetros por segundo hacia la atmósfera y se eleva hasta la estratosfera superior. Una pequeña entrega a la órbita baja de la Tierra. Y luego hacemos el proceso de nuevo”.
Pero por enorme que sea, el barril no tiene nada de espacial. “Está hecho del mismo material con el que se construye un paso elevado. Es acero dulce (acero con bajo porcentaje de carbono) y hormigón”. El diseño que están construyendo es en realidad “una pieza de infraestructura civil“, explica Saichek.
La enorme cantidad de presión G que generaría el sistema Longshot sería totalmente inadecuada para el cuerpo humano, por ello, está exclusivamente diseñado para transportar cargas y no pasajeros.
Longshot ha llegado notablemente lejos con relativamente poca financiación. El pasado mes de abril cerró una ronda de financiación inicial de 1,5 millones de dólares con inversores como Sam Altman, Draper VC y SpaceFund. Recientemente, obtuvo financiación del Laboratorio de Investigación de las Fuerzas Aéreas de EEUU. Actualmente, la startup ha construido un acelerador de pruebas en su sede en Oakland (California) y ha alcanzado velocidades de hasta 2.500 km/h. Sus promotores esperan demostrar velocidades superiores a 6.000 km/h en el plazo de un mes.
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