De la psiquiatría a la sociología y de los espectáculos a la educación pública, las élites del poder dedican grandes esfuerzos para entender y definir la mejor forma de dominar a las masas. Desde la Segunda Guerra Mundial hemos comprobado una y otra vez la efectividad de la propaganda para homologar la opinión pública; pero en nuestro siglo esa homologación, ese consenso en cuanto al ente llamado realidad al parecer obra de nuestra obsesión neurológica. Y es que la DARPA (Agencia de Investigación de Planes Avanzados de Defensa, dependiente del Pentágono) ha difundido a través de su página web que comenzará una investigación sobre equipos neurotecnológicos para terapias emergentes. El objetivo de estos elegantes polisílabos incluye “mapear” el cerebro, lo cual parece algo muy bueno, pero además “prevenir la violencia a través de la mejora de la salud mental”, “desarrollando terapias de circuito cerrado que incorporen documentación y examen de actividad cerebral con estimulación neural proxima al tiempo-real”. En diferentes palabras, la DARPA planea leer tu cerebro casi en tiempo real, e interferir con tu actividad neuronal. ¿Pero por qué la DARPA difundiría sus planes de control mental en su propia página web? Porque los tiempos están cambiando, y lo que anteriormente era “lavado cerebral” a través de la propaganda, en nuestros días será disfrazado de salud y terapia neurológica. Si no lo admiten, lean con atención la siguiente cita del comunicado:…El proyecto además busca beneficiarse de la plasticidad neuronal, una característica del cerebro por la cual la anatomía del órgano y su fisiología pueden alterarse con el tiempo para mantener el funcionamiento normal del cerebro. La plasticidad va en contra de las ideas previas sobre que los cerebros adultos eran seres ‘terminadas’ que podían mapearse estáticamente. Debido a la plasticidad, los expertos esperan que el cerebro pueda ser entrenado o tratado para restaurar la funcionalidad normal después de una herida o el ataque de una dolencia neuropsicológica.
Nos encantan los beneficios de la neuroplasticidad, pero nos preocupa que un gobierno con el sistema de espionaje más poderoso del planeta sea el encargado de definir “dolencia neuropsicológica”… El plan de la neuroplasticidad es que nuestro cerebro cambia conforme su actividad se modifica. Esto le permite a los humanos no sólo aprender de sus errores, sino transmitir ese aprendizaje hacia las futuras generaciones. ¿Pero qué pasará cuando esa plasticidad sea intervenida arbitrariamente por los expertos de DARPA, digamos, del modo en que los expertos de principios del siglo XX intervinieron en ecosistemas hoy devastados? Si no comprendemos totalmente el funcionamiento de nuestro cerebro, ¿es ético iniciar a modificarlo discrecionalmente? ¿Y debemos permitir que sean los gobernantes quienes definan los estatutos de normalidad y dolencia, sobre todo al tratarse de nuestros cerebros? En diferentes palabras, si una agencia gubernamental apoyada en el prestigio de las universidades con las que trabaja concluyera que la violencia es una “dolencia neuropsicológica” propensa a tratarse por medio la terapia de estimulación neuroplástica, el disenso y la protesta civil podrían quedar atrapados en las definiciones burocráticas de normalidad. Nadie está loco, a menos que exista un diagnóstico. El inconveniente es que la gente que escribe los diagnósticos en nuestros días es sumamente peligrosa.
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